Columna de Paolo
Del PC y su madre KGB
Paolo Lüers
cartas@elfaro.net
El cuento sobre la incidencia del KGB en la guerra salvadoreña, publicada pomposamente por La Prensa Grafica, hizo el milagro de hacer feliz, al mismo tiempo, al PC y a ARENA. Ambos necesitan que la gente crea que el PC y su madre KGB hayan jugado un papel importante en la guerra. Uno para justificar su rol dominante en el FMLN, cuando durante la guerra generosamente dejó a las demás organizaciones las tareas de combatir, de construir y defender frentes, de establecer control territorial, e incluso la estratégica tarea de abastecer a los frentes de armas y pertrechos. Y ARENA obviamente está feliz de tener al fin “la prueba” de su vieja tesis de que el país estaba siendo atacado por el comunismo internacional y no por el encachimbamiento histórico de sus campesinos y estudiantes. Pueden seguir haciendo campaña electoral contra el enemigo eterno.
Yo no pongo en duda los hechos reportados por La Prensa Gráfica. Bien pueden ser correctos. La mentira no está en los detalles, las fechas, los nombres, las cifras. Está en el contexto. El cuento dudoso no es que Schafik haya gestionado en Moscú, Hanoi y Cuba por cantidad de armas y municiones, esto no está en discusión, sino reside en la relevancia que este hecho adquiere si el reportaje ni siquiera pregunta –y mucho menos investiga- todo el contexto. De esta manera los hechos reportados –los fusiles M16 de Vietnam, los dos vuelos con cohetes antiaéreos- adquieren una relevancia para la guerra, para la consolidación de la guerrilla, para su capacidad de enfrentarse al ejército apoyado y abastecido por Estados Unidos, que en realidad nunca tuvieron.
Está bien que un reportero reciba del PC salvadoreño la oportunidad de ir a Cuba y entrevistar a un general del KGB retirado (porque cuesta imaginarse a un periodista de La Prensa Gráfica llegando por cuenta propia a La Habana buscando a generales retirados del KGB); está bien que reciba del PC toda la información y las pistas para reconstruir la historia de las armas recuperadas por el Vietcong y después regalados a Schafik. Claro que a cualquier reportero joven le encantan este tipo de pistas. Pero esto no justifica, por nada, quedarse con esta historia así como mis fuentes me la quieren vender. Pistas son para encender la curiosidad del reportero, el deseo de saber más, las ganas de saber todo, el afán de ver más allá de lo que me enseñan. Incluso la desconfianza, la pregunta por el interés que tiene la fuente para darme una pista.
El problema que ahí se plantea es el periodismo del cebo. Te ponen como cebo una información que nadie tiene. La trampa se cierra cuando no tenés la capacidad, o la curiosidad, o los recursos o el apoyo de tu medio para investigar independientemente. No es primera vez que le pasa a Ricardo Valencia. Aceptó la oportunidad de ir a Guantánamo. Obviamente los gringos lo dejaron ver, escuchar, grabar, fotografías, exactamente –y solamente- lo que ellos querían que viera y publicara. Si uno no tiene la capacidad de complementar, contrarrestar, contextualizar la información cebo, es pecado tragársela. Es fatal. Es veneno. Es trampa. Ricardo Valencia –un reportero joven, talentoso, ambicioso, pero poco fraguado- no tenía la más mínima posibilidad de hablar con los presos de guerra y presos políticos en Guantánamo que las autoridades militares norteamericanos no le querían presentar. Se tragó el cebo. Publicó su reportaje sobre Guantánamo. No podía reportar otra cosa, sólo lo que los gringos querían que se publicara. Pero como para El Salvador es exclusivo, se convierte en otro éxito de La Prensa Gráfica.
Esta vez es peor. Porque esta vez Ricardo Valencia y La Prensa Gráfica, con un poco más de paciencia y profesionalidad, hubieran podido investigar más allá del cebo que les puso el PC. Si de periodismo investigativo se tratara –y no de un golpe de publicidad y de conveniencia política con los dos bandos-, hubieran por lo menos tratado de investigar cómo hicieron los guerrilleros en Morazán y Chalatenango para abastecerse de armas mucho antes de que Schafik viajara a Moscú y Vietnam. Incluso mucho antes de que el PC hubiera tomado la decisión de unirse a la lucha armada.
Porque una cosa es evidente para cualquiera que haya vivido o investigado la guerra: Si los guerrilleros concentrados en enero del 81 en Chalatenango, Guazapa y Morazán, y los insurgentes listos para lanzarse en Santa Ana, San Salvador, San Miguel hubieran esperado que llegaran las armas del KGB, no se hubiera dado ni la ofensiva de enero del 81, ni la incorporación a la guerrilla de miles de campesinos, estudiantes y obreros perseguidos. Si los miles de combatientes hubieran esperado que los llegaran a dirigir los militantes del PC egresados de academias militares en países de Europa Oriental nunca hubieran destruido los cuarteles de El Paraíso, San Miguel; nunca hubieran formado la BRAZ y nunca hubieran terminado con el control de la Fuerza Armada sobre la franja norte de La Unión, Morazán, San Miguel, San Vicente y Chalatenango.
Tiene razón Héctor Silva jr., quien en una columna dedicada a elogiar el reportaje sobre el KGB dice: “Hay una buena parte de la historia de la guerra que no está escrita”. Pero es insólito querer vender la idea de que La Prensa Gráfica esté llenando este vacío. No con series como la de Galeas sobre el mayor D’Aubuissón, y mucho menos con esta sobre el KGB. Precisamente el cálculo del PC, al dar a La Prensa Gráfica, la pistas que llevan al KGB, era que las demás organizaciones, las que antes y durante toda la guerra y sin ayuda del KGB abastecieron al ejército guerrillero de armas, municiones, dinero, inteligencia, etc. no acostumbran hablar de esta parte estratégica de la guerra. No hablan sobre cómo, dónde y con el apoyo de quiénes consiguieron armas. No se jactan cómo, por dónde y con el apoyo de quiénes lograron meterlas a los frentes de guerra. No cuentan los nombres de los oficiales salvadoreños y hondureños que les vendieron armas. Las fuentes de Ricardo Valencia en el PC saben que en este contexto de reserva que suelen guardar los verdaderos revolucionarios, ellos podían perfilarse como el partido que hizo posible la lucha armada. El día que salió esta primera parte reportaje sobre el KGB –la parte sobre el triángulo Vietnam-Unión Soviética-Schafik- muchos veteranos guerrilleros en El Salvador se debatieron entre risa y rabia. Uno me habló de Morazán diciendo: “Ahora resulta que fue el PC que hizo posible la guerra. ¡Qué chiste más cabrón!” Y otro, quien estuvo a cargo de muchos de los traslados clandestinos de armas a los frentes de guerra, dijo: “¡Qué galán lo de los 15 mil fusiles que dicen que mandó el KGB! Entonces, al fin podemos sacar la cuenta de cuántos miles el PC perdió en sus traslados y cuántos miles vendió en otros países para financiarse. Porque aquí no ha llegado ni fracción de los 15 mil.”
Si ya muchos guerrilleros se rieron de la primera entrega, la segunda los dejó pasmados. Suena sensacional lo de los dos aviones que transportaban los cohetes antiaéreos SAM-7. Pero la verdadera historia, la verdadera sensación, es la de los incontables traslados de cohetes SAM-7 que se hicieron exitosamente por aire, agua y tierra. La historia a investigar es cuándo, dónde y cómo se consiguieron estos cohetes, aun y cuando los partidos comunistas de Moscú, Cuba y –consecuentemente- El Salvador habían dado órdenes de evitar que estos cohetes cayeran en manos de los guerrilleros en El Salvador. La historia a investigar hubiera sido cómo la guerrilla los utilizó –sólo para advertir que los tenían en su posesión, sólo para obligar a la Fuerza Aérea a suspender buena parte de sus operaciones aéreas y de desembarco de tropas. La historia a investigar hubiera sido cómo y contra qué se negoció al final de la guerra la entrega de los cohetes.
Nada de esto en el reportaje, ni siquiera como interrogantes. Mucho menos con investigación o testimonios. Claro, esta parte no le interesa a las fuentes en el PC, porque esta parte no sirve para reescribir la historia y ponerse en el centro de la lucha insurgente.
Detrás de todo esto hay otra historia que es tal vez la más importante, y tampoco aparece en el cuento de La Prensa Gráfica. ¿Cómo hicieron las unidades guerrilleras, mucho antes de que llegara el primer cohete antiaéreo, para derribar docenas de helicópteros y para frustrar innumerables operativos helitransportados? Tal vez una historia no tan sensacional y vendible como la de KGB y la FARES (la supuesta Fuerza Aérea Revolucionaria de El Salvador, producto de la mentalidad burocrática de los comunistas de ponerle nombres y siglas hasta a los fantasmas), pero digna de investigar y escribir...
Pero, bueno, aparte del PC y de ARENA, también La Prensa Gráfica está feliz con el reportaje “exclusivo” sobre la interferencia del KGB en la guerra salvadoreña. No muchas veces lanzan campañas para anunciar un reportaje. Nunca he visto que tres de sus columnistas –Ernesto Rivas Gallont, el propio Héctor Silva jr. e Ivo Priamo Alvarenga- publican columnas enteras para elogiar y hacerle eco a un reportaje en su periódico. Y esto, me imagino, es precisamente el problema de Ricardo Valencia: el reportero joven, talentoso y ambicioso, en vez de recibir orientación, crítica, a veces frenazos de sus editores, recibe aplausos. Aun y precisamente cuando hace un mal trabajo. Y además recibe aplauso de los dos extremos del espectro político. Por esto, Ricardo, no te ofendás: Alguien tiene que hacerte la crítica. Alguien tiene que decirte cuando estás siendo manipulado por tu fuente, instrumentalizado por tu medio, y además recibiendo falsos aplausos por terceros.
¿Periodismo o historia?
Ricardo Ribera
cartas@elfaro.net
La Prensa Gráfica lleva publicadas dos entregas de un reportaje especial sobre el papel de la Unión Soviética en el conflicto armado salvadoreño. Con lenguaje ágil y ameno, información abundante y verificada, así como valoraciones bastante equilibradas, la serie ha ganado con justa razón el interés de muchos lectores. Aunque al decir de algunos no hay en este trabajo periodístico nada que no se supiera ya desde antes, no por ello deja de ser un interesante esfuerzo, por su seriedad y profesionalismo. Muy diferente, valga la comparación, a la serie dedicada al mayor d´Aubuisson que este mismo medio ofreció tiempo atrás y cuyas fuentes eran básicamente los amigos, familiares y correligionarios del controversial líder político. Ahí no había ni verdadero periodismo, ni rigor histórico. Era simplemente un panfleto político. La iniciativa de ahora es, debe reconocerse, otra cosa. Me siento honrado de que el reportero haya sido en sus años de universidad alumno mío, muy destacado por cierto.
Aunque coincido en que los elogios al trabajo periodístico que firma Ricardo Valencia son merecidos, difiero sin embargo con algunas de las consideraciones que hacía Héctor Silva Ávalos, jefe de información de La Prensa Gráfica, en su columna del domingo 13 de mayo (“Especial KGB: el periódico como libro de historia”). Su tesis es que no hay novelas sobre la guerra civil ni estudios académicos sobre la misma porque, según él, aún no se ha desmontado “el aparato ideológico”. Cabe decir que algo se ha hecho en novela, por ejemplo están las de Horacio Castellanos Moya, entre otras. También hay algunos estudios sobre historia contemporánea reciente, expuestos en el Primer Encuentro de Historia de El Salvador y otros más lo serán en el Segundo Encuentro que organiza para julio del presente año la Universidad Nacional. Tal vez la cantidad o la calidad de las obras literarias y académicas no sean del agrado del señor Silva Ávalos. El problema, más que de fantasmas ideológicos, es la necesidad de perspectiva, de distancia, de tiempo anímico y vivencial mínimo para poder hacerse cargo de la dramática historia del país, digerirla, asimilarla y comprenderla.
Obviamente, el jefe de información del periódico citado tiene otra opinión y espera que el periodismo supla lo que, según su entender, la Academia no quiere o no puede hacer. Sus prejuicios quedan a la vista cuando expresa: “Las aulas universitarias fueron en mis tiempos meros depósitos repetidores de dogmas ideológicos que pretendían pasar por hechos históricos y, en el mejor de los casos, análisis bastante lúcidos elaborados, eso sí, desde la herramienta del marxismo científico”. Tal vez no se da cuenta que está tirando piedras a su propio tejado. Porque si lo que afirma fuera cierto, con tan deficiente formación resultaría hasta sorprendente que quien así se expresa de su universidad haya llegado tan arriba en el periódico para el que trabaja. Una superficial preparación académica probablemente explica que caiga en el desatino de plantear que el periodismo sea “una fuente alternativa de narración histórica”. El país necesita de buen periodismo y de buena investigación histórica. Son dos cosas distintas.
¿Cuál es la diferencia? Sencillo. El historiador académico, ya de entrada, va a plantear las cosas desde otra perspectiva: no se enfocará exclusivamente en la injerencia soviética, sino más bien su tema será el papel de ambas superpotencias, en el marco de guerra fría que se vivía, en el conflicto nacional. Por otra parte, no hay que pecar de ingenuos. ¿Acaso estará preparando La Prensa Gráfica una investigación periodística similar sobre el rol de Estados Unidos en la guerra civil? ¿Por qué no investigar sobre la injerencia de militares argentinos o de la inteligencia israelí? ¿Un especial sobre las actividades del terrorista cubano Posada Carriles mientras era asesor del gobierno de Duarte? ¿Qué tal sobre el apoyo de la extrema derecha guatemalteca a los futuros fundadores de ARENA? Mientras ese diario no impulse algún reportaje sobre temas como los que señalo o similares, su investigación periodística no dejará de oler a campaña electoral y a intereses políticos partidaristas. Cosa que no desdice de su calidad profesional. Ni de la inocencia de sus empleados. Pero sí de quienes les dan empleo y deciden los temas. Y desde luego no da para que su jefe de información ande presumiendo de periodismo libre de ideología. Mucho menos para pretender presentarlo como la alternativa al trabajo académico historiográfico. El cual sigue siendo indispensable e insustituible para construir la memoria histórica que al país tanto le hace falta.
Paolo Lüers
cartas@elfaro.net
El cuento sobre la incidencia del KGB en la guerra salvadoreña, publicada pomposamente por La Prensa Grafica, hizo el milagro de hacer feliz, al mismo tiempo, al PC y a ARENA. Ambos necesitan que la gente crea que el PC y su madre KGB hayan jugado un papel importante en la guerra. Uno para justificar su rol dominante en el FMLN, cuando durante la guerra generosamente dejó a las demás organizaciones las tareas de combatir, de construir y defender frentes, de establecer control territorial, e incluso la estratégica tarea de abastecer a los frentes de armas y pertrechos. Y ARENA obviamente está feliz de tener al fin “la prueba” de su vieja tesis de que el país estaba siendo atacado por el comunismo internacional y no por el encachimbamiento histórico de sus campesinos y estudiantes. Pueden seguir haciendo campaña electoral contra el enemigo eterno.
Yo no pongo en duda los hechos reportados por La Prensa Gráfica. Bien pueden ser correctos. La mentira no está en los detalles, las fechas, los nombres, las cifras. Está en el contexto. El cuento dudoso no es que Schafik haya gestionado en Moscú, Hanoi y Cuba por cantidad de armas y municiones, esto no está en discusión, sino reside en la relevancia que este hecho adquiere si el reportaje ni siquiera pregunta –y mucho menos investiga- todo el contexto. De esta manera los hechos reportados –los fusiles M16 de Vietnam, los dos vuelos con cohetes antiaéreos- adquieren una relevancia para la guerra, para la consolidación de la guerrilla, para su capacidad de enfrentarse al ejército apoyado y abastecido por Estados Unidos, que en realidad nunca tuvieron.
Está bien que un reportero reciba del PC salvadoreño la oportunidad de ir a Cuba y entrevistar a un general del KGB retirado (porque cuesta imaginarse a un periodista de La Prensa Gráfica llegando por cuenta propia a La Habana buscando a generales retirados del KGB); está bien que reciba del PC toda la información y las pistas para reconstruir la historia de las armas recuperadas por el Vietcong y después regalados a Schafik. Claro que a cualquier reportero joven le encantan este tipo de pistas. Pero esto no justifica, por nada, quedarse con esta historia así como mis fuentes me la quieren vender. Pistas son para encender la curiosidad del reportero, el deseo de saber más, las ganas de saber todo, el afán de ver más allá de lo que me enseñan. Incluso la desconfianza, la pregunta por el interés que tiene la fuente para darme una pista.
El problema que ahí se plantea es el periodismo del cebo. Te ponen como cebo una información que nadie tiene. La trampa se cierra cuando no tenés la capacidad, o la curiosidad, o los recursos o el apoyo de tu medio para investigar independientemente. No es primera vez que le pasa a Ricardo Valencia. Aceptó la oportunidad de ir a Guantánamo. Obviamente los gringos lo dejaron ver, escuchar, grabar, fotografías, exactamente –y solamente- lo que ellos querían que viera y publicara. Si uno no tiene la capacidad de complementar, contrarrestar, contextualizar la información cebo, es pecado tragársela. Es fatal. Es veneno. Es trampa. Ricardo Valencia –un reportero joven, talentoso, ambicioso, pero poco fraguado- no tenía la más mínima posibilidad de hablar con los presos de guerra y presos políticos en Guantánamo que las autoridades militares norteamericanos no le querían presentar. Se tragó el cebo. Publicó su reportaje sobre Guantánamo. No podía reportar otra cosa, sólo lo que los gringos querían que se publicara. Pero como para El Salvador es exclusivo, se convierte en otro éxito de La Prensa Gráfica.
Esta vez es peor. Porque esta vez Ricardo Valencia y La Prensa Gráfica, con un poco más de paciencia y profesionalidad, hubieran podido investigar más allá del cebo que les puso el PC. Si de periodismo investigativo se tratara –y no de un golpe de publicidad y de conveniencia política con los dos bandos-, hubieran por lo menos tratado de investigar cómo hicieron los guerrilleros en Morazán y Chalatenango para abastecerse de armas mucho antes de que Schafik viajara a Moscú y Vietnam. Incluso mucho antes de que el PC hubiera tomado la decisión de unirse a la lucha armada.
Porque una cosa es evidente para cualquiera que haya vivido o investigado la guerra: Si los guerrilleros concentrados en enero del 81 en Chalatenango, Guazapa y Morazán, y los insurgentes listos para lanzarse en Santa Ana, San Salvador, San Miguel hubieran esperado que llegaran las armas del KGB, no se hubiera dado ni la ofensiva de enero del 81, ni la incorporación a la guerrilla de miles de campesinos, estudiantes y obreros perseguidos. Si los miles de combatientes hubieran esperado que los llegaran a dirigir los militantes del PC egresados de academias militares en países de Europa Oriental nunca hubieran destruido los cuarteles de El Paraíso, San Miguel; nunca hubieran formado la BRAZ y nunca hubieran terminado con el control de la Fuerza Armada sobre la franja norte de La Unión, Morazán, San Miguel, San Vicente y Chalatenango.
Tiene razón Héctor Silva jr., quien en una columna dedicada a elogiar el reportaje sobre el KGB dice: “Hay una buena parte de la historia de la guerra que no está escrita”. Pero es insólito querer vender la idea de que La Prensa Gráfica esté llenando este vacío. No con series como la de Galeas sobre el mayor D’Aubuissón, y mucho menos con esta sobre el KGB. Precisamente el cálculo del PC, al dar a La Prensa Gráfica, la pistas que llevan al KGB, era que las demás organizaciones, las que antes y durante toda la guerra y sin ayuda del KGB abastecieron al ejército guerrillero de armas, municiones, dinero, inteligencia, etc. no acostumbran hablar de esta parte estratégica de la guerra. No hablan sobre cómo, dónde y con el apoyo de quiénes consiguieron armas. No se jactan cómo, por dónde y con el apoyo de quiénes lograron meterlas a los frentes de guerra. No cuentan los nombres de los oficiales salvadoreños y hondureños que les vendieron armas. Las fuentes de Ricardo Valencia en el PC saben que en este contexto de reserva que suelen guardar los verdaderos revolucionarios, ellos podían perfilarse como el partido que hizo posible la lucha armada. El día que salió esta primera parte reportaje sobre el KGB –la parte sobre el triángulo Vietnam-Unión Soviética-Schafik- muchos veteranos guerrilleros en El Salvador se debatieron entre risa y rabia. Uno me habló de Morazán diciendo: “Ahora resulta que fue el PC que hizo posible la guerra. ¡Qué chiste más cabrón!” Y otro, quien estuvo a cargo de muchos de los traslados clandestinos de armas a los frentes de guerra, dijo: “¡Qué galán lo de los 15 mil fusiles que dicen que mandó el KGB! Entonces, al fin podemos sacar la cuenta de cuántos miles el PC perdió en sus traslados y cuántos miles vendió en otros países para financiarse. Porque aquí no ha llegado ni fracción de los 15 mil.”
Si ya muchos guerrilleros se rieron de la primera entrega, la segunda los dejó pasmados. Suena sensacional lo de los dos aviones que transportaban los cohetes antiaéreos SAM-7. Pero la verdadera historia, la verdadera sensación, es la de los incontables traslados de cohetes SAM-7 que se hicieron exitosamente por aire, agua y tierra. La historia a investigar es cuándo, dónde y cómo se consiguieron estos cohetes, aun y cuando los partidos comunistas de Moscú, Cuba y –consecuentemente- El Salvador habían dado órdenes de evitar que estos cohetes cayeran en manos de los guerrilleros en El Salvador. La historia a investigar hubiera sido cómo la guerrilla los utilizó –sólo para advertir que los tenían en su posesión, sólo para obligar a la Fuerza Aérea a suspender buena parte de sus operaciones aéreas y de desembarco de tropas. La historia a investigar hubiera sido cómo y contra qué se negoció al final de la guerra la entrega de los cohetes.
Nada de esto en el reportaje, ni siquiera como interrogantes. Mucho menos con investigación o testimonios. Claro, esta parte no le interesa a las fuentes en el PC, porque esta parte no sirve para reescribir la historia y ponerse en el centro de la lucha insurgente.
Detrás de todo esto hay otra historia que es tal vez la más importante, y tampoco aparece en el cuento de La Prensa Gráfica. ¿Cómo hicieron las unidades guerrilleras, mucho antes de que llegara el primer cohete antiaéreo, para derribar docenas de helicópteros y para frustrar innumerables operativos helitransportados? Tal vez una historia no tan sensacional y vendible como la de KGB y la FARES (la supuesta Fuerza Aérea Revolucionaria de El Salvador, producto de la mentalidad burocrática de los comunistas de ponerle nombres y siglas hasta a los fantasmas), pero digna de investigar y escribir...
Pero, bueno, aparte del PC y de ARENA, también La Prensa Gráfica está feliz con el reportaje “exclusivo” sobre la interferencia del KGB en la guerra salvadoreña. No muchas veces lanzan campañas para anunciar un reportaje. Nunca he visto que tres de sus columnistas –Ernesto Rivas Gallont, el propio Héctor Silva jr. e Ivo Priamo Alvarenga- publican columnas enteras para elogiar y hacerle eco a un reportaje en su periódico. Y esto, me imagino, es precisamente el problema de Ricardo Valencia: el reportero joven, talentoso y ambicioso, en vez de recibir orientación, crítica, a veces frenazos de sus editores, recibe aplausos. Aun y precisamente cuando hace un mal trabajo. Y además recibe aplauso de los dos extremos del espectro político. Por esto, Ricardo, no te ofendás: Alguien tiene que hacerte la crítica. Alguien tiene que decirte cuando estás siendo manipulado por tu fuente, instrumentalizado por tu medio, y además recibiendo falsos aplausos por terceros.
¿Periodismo o historia?
Ricardo Ribera
cartas@elfaro.net
La Prensa Gráfica lleva publicadas dos entregas de un reportaje especial sobre el papel de la Unión Soviética en el conflicto armado salvadoreño. Con lenguaje ágil y ameno, información abundante y verificada, así como valoraciones bastante equilibradas, la serie ha ganado con justa razón el interés de muchos lectores. Aunque al decir de algunos no hay en este trabajo periodístico nada que no se supiera ya desde antes, no por ello deja de ser un interesante esfuerzo, por su seriedad y profesionalismo. Muy diferente, valga la comparación, a la serie dedicada al mayor d´Aubuisson que este mismo medio ofreció tiempo atrás y cuyas fuentes eran básicamente los amigos, familiares y correligionarios del controversial líder político. Ahí no había ni verdadero periodismo, ni rigor histórico. Era simplemente un panfleto político. La iniciativa de ahora es, debe reconocerse, otra cosa. Me siento honrado de que el reportero haya sido en sus años de universidad alumno mío, muy destacado por cierto.
Aunque coincido en que los elogios al trabajo periodístico que firma Ricardo Valencia son merecidos, difiero sin embargo con algunas de las consideraciones que hacía Héctor Silva Ávalos, jefe de información de La Prensa Gráfica, en su columna del domingo 13 de mayo (“Especial KGB: el periódico como libro de historia”). Su tesis es que no hay novelas sobre la guerra civil ni estudios académicos sobre la misma porque, según él, aún no se ha desmontado “el aparato ideológico”. Cabe decir que algo se ha hecho en novela, por ejemplo están las de Horacio Castellanos Moya, entre otras. También hay algunos estudios sobre historia contemporánea reciente, expuestos en el Primer Encuentro de Historia de El Salvador y otros más lo serán en el Segundo Encuentro que organiza para julio del presente año la Universidad Nacional. Tal vez la cantidad o la calidad de las obras literarias y académicas no sean del agrado del señor Silva Ávalos. El problema, más que de fantasmas ideológicos, es la necesidad de perspectiva, de distancia, de tiempo anímico y vivencial mínimo para poder hacerse cargo de la dramática historia del país, digerirla, asimilarla y comprenderla.
Obviamente, el jefe de información del periódico citado tiene otra opinión y espera que el periodismo supla lo que, según su entender, la Academia no quiere o no puede hacer. Sus prejuicios quedan a la vista cuando expresa: “Las aulas universitarias fueron en mis tiempos meros depósitos repetidores de dogmas ideológicos que pretendían pasar por hechos históricos y, en el mejor de los casos, análisis bastante lúcidos elaborados, eso sí, desde la herramienta del marxismo científico”. Tal vez no se da cuenta que está tirando piedras a su propio tejado. Porque si lo que afirma fuera cierto, con tan deficiente formación resultaría hasta sorprendente que quien así se expresa de su universidad haya llegado tan arriba en el periódico para el que trabaja. Una superficial preparación académica probablemente explica que caiga en el desatino de plantear que el periodismo sea “una fuente alternativa de narración histórica”. El país necesita de buen periodismo y de buena investigación histórica. Son dos cosas distintas.
¿Cuál es la diferencia? Sencillo. El historiador académico, ya de entrada, va a plantear las cosas desde otra perspectiva: no se enfocará exclusivamente en la injerencia soviética, sino más bien su tema será el papel de ambas superpotencias, en el marco de guerra fría que se vivía, en el conflicto nacional. Por otra parte, no hay que pecar de ingenuos. ¿Acaso estará preparando La Prensa Gráfica una investigación periodística similar sobre el rol de Estados Unidos en la guerra civil? ¿Por qué no investigar sobre la injerencia de militares argentinos o de la inteligencia israelí? ¿Un especial sobre las actividades del terrorista cubano Posada Carriles mientras era asesor del gobierno de Duarte? ¿Qué tal sobre el apoyo de la extrema derecha guatemalteca a los futuros fundadores de ARENA? Mientras ese diario no impulse algún reportaje sobre temas como los que señalo o similares, su investigación periodística no dejará de oler a campaña electoral y a intereses políticos partidaristas. Cosa que no desdice de su calidad profesional. Ni de la inocencia de sus empleados. Pero sí de quienes les dan empleo y deciden los temas. Y desde luego no da para que su jefe de información ande presumiendo de periodismo libre de ideología. Mucho menos para pretender presentarlo como la alternativa al trabajo académico historiográfico. El cual sigue siendo indispensable e insustituible para construir la memoria histórica que al país tanto le hace falta.
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